ROCA ROJA :

El despertar de la ciudad dormida

(Relato: Imaginación, meditación, visión)

 

Mongolia es el país en dónde el cielo está mas cerca de la

tierra, así es como comienza este pequeño relato.

Mongolia abre sus puertas dando la bienvenida a veintiséis

peregrinos que han recibido un “llamado” de esas tierras

que evocan la mítica Shamballa.

Caminan hacia “El Oasis perdido en el Desierto del Gobi”.

Su rumbo la luz, la vida y el amor proyectados sobre el

mundo a través de Sanat Kumara.

Peregrinos despojados de su importancia personal,

peregrinos sirviendo junto con otros servidores del mundo,

peregrinos de corazón abierto y piel desnuda.

Alma grupal que cabalga a lomos de un caballo mongol

las llanuras de una tierra silenciosa que les susurra los

versos de Rabindranath Tagore:

– “ Envíame el amor que da quietud al corazón con la

plenitud de la paz”.

Alma grupal que cabalga a lomos de un caballo mongol

portando en sus corazones el estandarte de la Paz.

Caminan sobre los pasos del Gran Guerrero Gengis

Kan cuya voluntad, fuerza y valentía se imprime en las

plantas de sus pies descalzos.

Recuerdan la profundidad y belleza de los cuadros de

Nicolás Roerich que evocan el despliegue de los doce

portales del alma y recuerdan la convocatoria de su

compañera Helena a la auto-perfección y al logro

ilimitado.

Así viajan esos peregrinos atravesando las amplias y

sabias tierras en dónde el cielo está mas cerca de la

tierra.

Al séptimo día llegan a un lugar del desierto del Gobi

en dónde grandes rocas rojas con formas de ciudad

antigua son oraciones que permanecen en silencio.

Un solo corazón, comunidad azul en gargantas floridas.

¡Por fin en casa!

Como nómadas de tierra y cielo montan sus tiendas de

campaña color amarillo y las habitan invocando de lo

sutil a lo denso el concepto inmaculado de gobernar.

El lugar les invade y traspasa sus cuerpos .

El lugar les invita a su imaginación, y los devas del

viento les muestran el camino hacia lo alto de la

montaña.

Los peregrinos como niños caminan con paso firme los

desniveles de la cumbre.

Cumbre que susurra la palabra “Madre”.

Acunados por el murmullo de la cima conquistada, los

peregrinos se sientan frente al padre Sol para

contemplar el atardecer y los versos de Tagore vuelven

a resonar en sus corazones :

“Que los rayos del Sol de tu Amor besen los picos de

mis pensamientos y se detengan en el valle de mi vida,

dónde madura la cosecha”.

Es, en ese preciso instante cuando todo el grupo

queda sumergido en una profunda meditación.

Una gran Red Dorada les envuelve, les nutre y les

protege.

Ante ellos se despliega la imagen de una gran ciudad.

La metrópoli se ubica en una bella isla blanca cuyo mar es

azul turquesa. Las aguas son cristalinas y están en calma.

Si posas la mirada en ellas ante tus ojos vacíos aparecen

peces voladores de colores y barqueros remando. Sus

fondos están poblados por hermosos corales y blancas

arenas en donde descansan, caracolas de nácar, conchas de

madre perla y estrellas rojas, naranjas, amarillas y

moradas.

Los marineros cantan historias de océanos lejanos en

donde viven sirenas , delfines y multitud de ballenas.

Para poder entrar en la majestuosa urbe hay que traspasar

una puerta. El umbral tiene dos grandes columnas, una

enfrente de la otra, en cuyos capiteles descansan dos

tortugas de jade verde que se miran y sonríen.

Las viviendas de la ciudad son de cuarzo y se disponen en

forma de una gran espiral que se va elevando hasta llegar

al punto mas alto en dónde se encuentra un gran

observatorio cuya cúpula es de oro.

Las casas son de planta circular y la puerta está siempre

orientada hacia el Sur “ por dónde entran el Sol y los

amigos”.

El centro de la vivienda es el lugar del ENCUENTRO,

que simboliza la perennidad de la familia universal.

Las vías o calles son jardines exuberantes que desprenden

fragancias de dulzura, armonía y frescor. Hay cascadas de

aguas cantarinas, estanques con nenúfares y papiros.

Ranas, libélulas y mariposas.

Los pavos reales se pasean mostrando el colorido y belleza

de sus plumas. Una gran variedad de pájaros cantan para

unirse con las estrellas fugaces antes del alba.

Los hombres y las mujeres visten con el mismo traje. Son

prendas de tejidos naturales como sedas, linos y

algodones. Los colores vivos y alegres. Los ancianos son

los únicos que van con túnicas blancas y doradas. Son

venerados y consultados por su sabiduría.

Las tareas diarias están netamente repartidas.

Las mujeres se reúnen para tocar instrumentos de cuerda

como arpas y liras. También danzan, cantan y escriben

poemas. Bordan, tejen y pintan telas en luminosos talleres.

Los hombres se reúnen para tocar instrumentos de

percusión. Cantan armónicos y cuentan historias de dioses

y héroes.

Navegan sus barcas en busca de las mejores perlas.

Los niños libres aprenden jugando.

Se reúnen en lugares comunes para orar y meditar.

A las afueras de esta hermosa villa los paisajes son

amables e invitan a ser paseados y contemplados desde el

asombro, la veneración y el encuentro.

La noche irrumpe en los rostros de los veintiséis

peregrinos y la metrópoli dormida se desvanece. Lo sutil

brota en sus corazones. Cumbre que susurra la palabra

“Madre”.

Llegaron a un lugar en donde grandes rocas rojas con

formas de ciudad antigua son oraciones que permanecen

en silencio.

Mongolia es el país en donde el cielo está mas cerca de la

tierra, así es como comienza este pequeño relato.

Angeles Lorente Sáinz

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