“Yo soy como tú, tú eres como yo”. 

Bert Hellinger

Una herida sin sanar en el cuerpo va produciendo toxinas que envenenan la sangre poco a poco hasta que nos ponemos en riesgo de muerte.

¿Qué pasa con una herida emocional sin sanar? ¿Qué sucede con esas heridas casi invisibles que dejaron dolor, enojo profundo, resentimiento, o que despiertan una necesidad de venganza contra algo o contra alguien?

Esas heridas que no se ven, son las que causan afuera de nosotros mismos violencia, guerras y el caos que se observa en la sociedad actual, donde unos pocos que sustentan el poder o el dinero en determinado momento se aprovechan de ello para sus venganzas personales o su propio beneficio, o donde los que se consideran víctimas sin justicia generan actos de violencia para reivindicar sus derechos. Si seguimos con la ley del Talión acabaremos todos ciegos, y el dolor permanecerá per secula seculorum.

Para crear el caos o la guerra sólo falta que una víctima asuma el poder y convenza a otros de la necesidad de acabar con los perpetradores, convirtiéndose a su vez en perpetrador de muchos, y el ciclo continúa sin fin. Para comprender esto sólo hace falta leer las biografías de hombres como Hitler o muchas de las historias que llenan los medios de comunicación hoy en día relacionadas con actos violentos.

Las heridas emocionales sin sanar se perpetúan en el tiempo y en el ADN de los seres humanos, y eso explica que todavía persistan las consecuencias de sucesos como las guerras mundiales, nacionales o de un evento como el descubrimiento y la conquista de América. He visto sus efectos en personas de generaciones actuales que traen dentro de sí mismos patrones emocionales y mentales con la información de víctimas y perpetradores, lo que los lleva a vivir en una guerra interna que les hace pasar por trastornos mentales, estados emocionales opuestos, depresión, trastornos alimentarios o enfermedades autoinmunes y que en ocasiones produce un odio hacia sí mismos que puede terminar en suicidio.

Los seres humanos actuales somos una mezcla de diversas culturas, razas y colores como lo demuestran los estudios genéticos y genealógicos, y dentro de eso seguro que cada una de nosotros puede encontrar ancestros que han estado en bandos opuestos de conflictos o guerras. ¿A quién rechazamos y a quién aceptamos? ¿Qué bando es el correcto para tomar partido? ¿Quiénes son buenos y quienes son malos?

En mi caso particular, me hago muchas preguntas: 527 años después de Colón, ¿Me solidarizo con los indígenas que fueron conquistados o con los conquistadores? ¿Con los judíos expulsados de España o con los españoles que los sacaron? ¿Con los conservadores o con los liberales? ¿Con los hombres de mi sistema que trataron mal a las mujeres o con las mujeres que fueron víctimas de maltrato, abandono e infidelidad por parte de los hombres? ¿Con las madres que abandonaron emocionalmente a sus hijos por miedo a establecer vínculos y sufrir pérdidas o con los hijos que crecieron con un corazón duro por falta de amor materno? Porque de cada uno de ellos tengo una partecita de historia dentro de mí, y siento que mi “guerra interna” tendría mil motivos para perpetuarse y sólo una decisión lógica que puede traer la Paz: Tomar conciencia y aceptar el pasado como fue, con sus dificultades, su dolor, con los millones de circunstancias que no puedo cambiar, agradeciendo que la vida haya llegado hasta mí para ahora poder hacer algo bueno con lo que he recibido de todos mis ancestros.

Calificar a algunos como buenos y a otros como malos, me ha hecho rechazar a unos y aceptar a otros como los que tienen la razón, aún sin conocer todos los puntos de vista de la historia, y he descubierto que interiormente me hace sentirme dividida, inestable, como si estuviera incompleta, porque comprendo que no existe nadie totalmente malo ni totalmente bueno, no existe la perfección. Sólo poniéndome en el lugar de cada uno de ellos, tanto víctimas como perpetradores, he podido sentir que no puedo juzgar, y que es necesario mirar más allá de los eventos dolorosos, desde la perspectiva más amplia de la mirada espiritual, rindiéndome a todo lo desconocido que tiene un propósito superior. Como decía Einstein, Dios no juega a los dados.

Si juzgo a mis antepasados por sus actos que causaron dolor, los rechazo y pierdo su fuerza dentro de mí porque pierdo lo bueno que hicieron también. Si acepto su historia y su destino, con todo lo que fue, puedo tomar mis propias decisiones desde la fuerza interior. Así puedo por ejemplo amar la naturaleza y honrarla como lo hicieron mis antepasados indígenas, y disfrutar de la cultura construida por mis antepasados españoles sin sentirme culpable de estar traicionando a las víctimas de la conquista española.

Esto también me permite recibir de mis padres todo lo bueno que me dieron como hija, sin juzgar su historia personal ni sus decisiones de vida.

Yo no tengo la capacidad de cambiar la historia pasada, pero si la oportunidad de escribir un capítulo propio, personal que incluya los valores en los que creo, que tenga en cuenta la equidad, la paz y el amor como constructores de una sociedad en la cual la cooperación reemplace a la competencia.

Los descendientes de perpetradores y víctimas deben abandonar la estrechez de su campo y pasar más allá de él a un campo más elevado y más amplio. Como mencionábamos antes, en ese campo se acaba la diferencia entre buenos y malos y con ello también entre perpetradores y víctimas, amigos y enemigos. En ese campo todos son simplemente seres humanos y, en lo más íntimo, iguales entre sí.

“La verdad en movimiento” p. 137-141
Bert HELLINGER, 2005

Yo no puedo sanar las heridas que mis ancestros perpetradores han causado a otras personas, pero si puedo reconocer que el egoísmo, la violencia y la venganza traen consecuencias negativas para todos, y comprender que mirando tanto a las víctimas como a los perpetradores desde una perspectiva espiritual, cada uno tuvo un origen que yo no conozco y un destino que tengo que respetar.

Yo no puedo cambiar las decisiones que tomaron mis antepasados y que causaron dolor a otros, pero si puedo tomar hoy en día mis propias decisiones desde la tranquilidad que me proporciona seguir el camino del corazón y no desde las heridas sin sanar que continuarían infiltrando venenos emocionales a las personas con las que me relaciono.

La guerra comienza dentro de uno y la solución para alcanzar la Paz, también. Y en ese proceso, mirar a todos con amor y respeto, honrando sus historias, es el primer paso para la construcción interior de aquello que queremos ver en el mundo.

En éste mundo de hoy lleno de tanta información que invita a la reivindicación, me quedo con las palabras del Maestro de maestros: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”.

 

Marcela Salazar González

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